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Monday, October 17, 2022

Javier Marías: ¿Será buena persona el cocinero? - El Imparcial

La reciente desaparición de Javier Marías (Madrid, 1951-2022) ha supuesto una enorme e irreparable pérdida para las letras españolas. Candidato al Nobel, académico leyó su discurso de ingreso, “Sobre la dificultad de contar”, el 27 de abril de 2008-, traductor y editor -fundó la exquisita editorial Reino de Redonda-, sus padres Julián Marías -discípulo de Ortega y Gasset-, y Dolores Franco le proporcionaron una sólida educación. Al igual que en su trayectoria fueron claves algunas figuras, sobre todo la del escritor Juan Benet. Javier Marías tiene en su haber una de las obras más brillantes de nuestra literatura, desde que se dio a conocer en 1970 con Los dominios del lobo. Después, entre otros títulos, le siguieron El monarca del tiempo, El siglo, Todas las almas –que relata la vida de un profesor español en la universidad de Oxford, puesto que ocupó el propio Marías-, y Corazón tan blanco, que obtuvo un gran éxito de crítica y público dentro y fuera de nuestras fronteras. Así, el influyente crítico alemán Marcel Reich-Ranicki le dio un espaldarazo definitivo considerándolo uno de los autores imprescindibles. Luego, entre otros novelas, Mañana en la batalla piensa en mí –título tomado de una pieza de Shakespeare, algo que Marías hace con frecuencia, en este caso de Ricardo III-, la monumental trilogía Tu rostro mañana, Así empieza lo malo, y su última propuesta antes de que nos lo arrebatara la muerte, Tomás Nevinson, interrelacionada con la anterior Berta Isla, aunque pueden leerse de manera independiente.

Pero, además de un extraordinario novelista, Javier Marías fue un magnífico cuentista, ensayista y articulista. Da cumplida cuenta de esta última faceta el volumen ¿Será buena persona el cocinero?, donde se recogen los noventa y cinco trabajos publicados por Marías en el suplemento dominical El País Semanal, del que era habitual colaborador, entre el 3 de febrero de 2019 y el 24 de enero de 2021.

En esta recopilación podemos disfrutar de un Javier Marías incisivo, irónico, con un saludable sentido del humor y que pulveriza la tiranía de lo políticamente correcto. Aunque también aparece un Marías íntimo, que comparte con sus lectores su música, sus autores, libros y películas preferidos y recuerda a sus amigos o a sus padres. A estos últimos, por ejemplo, en el maravilloso artículo “Pero ojalá estuvieran”, tan entrañable como carente de sensiblería.

Variados son los asuntos que se abordan los artículos, pasando revista a la sociedad actual, incluida la pandemia, y a algunos de sus fenómenos como las redes sociales y su gran poder, la propagación de las noticias falsas, la manipulación de los políticos, el MeToo, la ciudad de Madrid... Marías denuncia con valentía las contradicciones, la irracionalidad, el infantilismo... que cada vez se hacen más fuertes.

Impagable es el artículo que titula el conjunto. En “¿Será buena persona el cocinero?”, Marías pone el dedo en la llaga de una cuestión que ha alimentado la dictadura de la cancelación al ligar de manera absoluta la obra con la personalidad, la ideología... de su autor: “A menudo se dice -una vieja superstición- que los artistas tienen un lado oscuro, y se los pinta como a seres más bien desagradables o pesadísimos: atormentados, iracundos, histéricos, engreídos, despóticos, abusivos. Se les suele achacar una vanidad excesiva que a veces los lleva a creerse por encima de las leyes y de las demás personas, y a permitirse actitudes y acciones que a cualquier otro se le reprobarían. Yo creo que los artistas no se diferencian apenas del resto, de los funcionarios, los zapateros y los relojeros, los profesores, los jueces y los médicos. El problema es que sobre ellos hay un foco y una lupa: hoy se estudian sus trayectorias de manera exhaustiva, por lo general en busca de aspectos y episodios escandalosos, condenables y feos. Y cuando se rasca se descubre, desde luego, porque no ha habido mujer ni hombre que hayan pasado por el mundo sin tacha, sin incurrir en alguna indignidad o bajeza a lo largo de sus días. Lo mismo el escritor que el zapatero, el pintor que el relojero, el juez que el músico. La cuestión es que nadie se dedica a indagar en la vida de un juez o un relojero”.

Marías concluye con una evidencia de esas que, sin embargo, hoy parece más que necesario poner de relieve: “Una cosa es la persona y otra su obra, que no por fuerza está teñida por las peores pasiones de aquélla”.

Un estilo claro, preciso, certero contribuye a una lectura que se saborea y disfruta.

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