En el verano de 1982 Antxon Urrosolo quedó en Donostia con un señor singular. Txapela negra, mostacho blanco y gafas gruesas. Espeso acento alemán. Se tomaron un patxaran en Amara y conversaron un buen rato. Aquella charla fructificó en un artículo bajo el título de 'El hombre que cocinó para el káiser y para Adolf Hitler'. Porque aquel señor de bigotón canoso -aquel alsaciano de 91 años que amaba el licor de endrinas y pasear junto a La Concha- había sido efectivamente chef del último emperador alemán y también había conocido al Führer antes de trasladarse a San Sebastián.
Se llamaba Alois Linder Diemert y había nacido en el pueblecito de Dettwiller en 1890, cuando Alsacia aún pertenecía a Alemania. Aunque teniendo 14 años nuestro protagonista se fue a París a estudiar cocina, su nacionalidad prusiana le destinó en 1911 a cumplir el servicio militar en Berlín, ciudad en la que le pilló la Primera Guerra Mundial. Gracias a su experiencia en restaurantes como el Café de la Paix o el Hotel Champs Elysées las autoridades militares le destinaron a los fogones del ejército y su buen hacer le llevó a trabajar como cocinero del káiser Guillermo II entre 1914 y 1918 en el castillo de Haut-Koenigsbourg. Allí fue donde supuestamente conoció a un joven Adolf Hitler, soldado como él en el ejército alemán y que requeriría sus servicios una vez aupado al poder en los años 30.
«Recuerdo que vino en un par de ocasiones a charlar conmigo para que me hiciese cargo de las 'cocinas populares', uno de sus proyectos sociales. Siendo sincero, para mí Hitler era más simpático que el demonio», decía el señor Linder. «Nunca me encontré a disgusto a su lado y mentiría si dijera lo contrario». En una entrevista posterior con la revista Interviú se explayó bastante más y contó que a Hitler le encantaban los callos que guisaba, llamados 'trippe à la mode du camp', y los espaguetis a la napolitana. Linder llegó a contar que el futuro jefe del partido nazi prefería beber antes que comer y que estuvieron juntos de juerga en más de una ocasión, aunque una vez terminada la guerra él prefirió volver a París para seguir con sus carrera en la alta cocina.
Antes de que comenzara la siguiente contienda mundial Alois puso pies en polvorosa rumbo al Cantábrico. Aquí guisoteó primero en el Hotel Biarritz de doña Juana Eguren, luego en el Continental y finalmente en el Niza, donde fue jefe de cocina hasta el final de su carrera. En ocasiones le requerían desde Casa Nicolasa para ayudar con los banquetes y en uno de ellos conoció a Franco, pero según él «no le dije nada de que había sido cocinero de Hitler». Quizás hubiera funcionado mejor presumir de ser chef imperial.
El cocinero donostiarra de Hitler - Diario Vasco
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