Leandro “Lele” Cristóbal, cocinero todoterreno como le gusta definirse, y creador del mítico restaurante Café San Juan acaba de hacer realidad un sueño: inauguró una “Parada Sanguchera”, en el km 270 de la ruta 9, que abre todos los días de 9 a 21. “Siento que cumplí con los viajeros”, confiesa.
“Es tiempo de volver a los momentos felices: el fututo hoy es volver para atrás —afirma Lele—. Vos no te acordás de la milanesa de tu vieja porque era la mejor del mundo, sino porque era la que hacía tu vieja”.
Rutero y viajero, siempre en movimiento, en los dos últimos años Lele viajó por todo el país cocinando en lugares agrestes y contando estas experiencias en su Instagram. Fue ahí que encontró un vacío determinante para crear su parada: “No se come bien en la ruta. ¿Qué es lo que un viajero necesita para reponer fuerzas y seguir viaje?: ¡Un sanguchazo!”. Y así nació la “Parada Sanguchera”.
“Hay ocho buenos sanguches ruteros en el país: el que más me gustó fue el de la Despensa Quito, en Alta Gracia”, dice. Menciona otro en Piedra del Águila, Neuquén, sobre ruta 237, y por lo menos cuatro en la provincia de Buenos Aires. De estos viajes regresó a San Telmo, donde vive, para darle forma al proyecto de la Parada Sanguchera. Un proyecto pensado para amantes de los caminos que han quedado huérfanos de refugios gastronómicos.
No necesitó mucho. La simpleza define su cocina. “La gran base es un buen fiambre, un buen queso y una conserva, y eso no falla. No hay error”, afirma.
“Un laboratorio de sanguches ruteros”, así la define. Son seis sándwiches clásicos: cinco opciones tradicionales y una vegetariana. “El vegeta es con queso crema, alcaparras, berenjenas en conserva y queso Gouda”, precisa.
“Los viajeros necesitan comer bien, basta de sándwiches envasados en plástico”, afirma. La ubicación es estratégica: dentro de una estación de servicio Axion a pocos minutos de Rosario, a la altura de Arroyo Seco, a la vera de la ruta 9.
“Es 100% un proyecto Café San Juan”, explica, en clave gastronómica. Sencilla, emotiva y abundante. Con los pilares de su mítico restaurante, diseñó los sándwiches.
“Son todos sanguches que tienen arriba de 200 gramos de fiambre. El de mortadela carga 130 de mortadela y 70 de queso cremón. Berenjenas en conserva, aceite de albahaca y pan crujiente. Es una bombonura”, lo define.
Lele no anda con vueltas: “El sanguche puede ser un plato principal, lo podés llevar y lo comés a la sombra de un árbol y ahí tenés la siesta rutera que estabas necesitando. Y si le agregás un aperitivo o una cerveza fresca, ni te cuento”, afirma.
La opción más elegida es comerlos dentro del propio espacio, al costado de la ruta. El diseño de la parada remite a una fiambrería barrial. “Es un almacén de campo, moderno”.
El menú sanguchero se completa con uno de Bondiola, queso sardo y tomate en conserva, otro de salame, queso pategras, pepinillos y mostaza alemana. Uno de cantimpalo, queso provolone y ajíes en vinagre y un clásico nacional: jamón cocido, queso danbo y manteca. “Son sabores inspirados en lo que me gusta comer hoy a mí —afirma Lele—. No hay nada artificial, son productos nobles, de primera calidad”.
El fiambre lo seleccionó de un frigorífico de Salta, “La Francisca”; el pan, está hecho exclusivamente para el proyecto; quesos y lácteos son de La Serenísima. Todas las conservas son elaboradas por el Taller de Conservas Café San Juan, otro de los proyectos de Cristóbal. En la planta alta de La Cantina y La Vermutería (sus dos emprendimientos gastronómicos abiertos, en San Telmo), montó una fábrica de conservas y enlatados.
El próximo paso es hacer federal el proyecto de las paradas y subir videos a las redes para que cualquiera pueda replicar los sándwiches en sus casas. La idea apuesta a lo viral e interactivo. “Vas a poder llevarte un pack con las conservas, mirás el video de tu sanguche preferido, y vas a poder hacerlo donde estés”, se ilusiona Lele.
¿Por qué sándwiches y no otro plato para el viajero? “Porque era bueno llegar a tu casa y prepararte un sanguche con el fiambre que había en la heladera. A veces te lo hacía tu vieja, y esto estaba muy bueno. Tenemos que volver eso”, reafirma.
Lele es un cocinero rara avis en el mundo gastronómico argentino. Comenzó limpiando un restaurante y después fue bachero. Aprendió cocinando, confiesa. “No fui a ninguna escuela de gastronomía, pero estoy entrenado”, afirma.
Pero le hubiera gustado ser albañil. Todos sus restaurantes los diseñó él. Siempre está construyendo. Se mete de lleno en los proyectos, está en cada pequeño detalle. Nació en Quilmes, en 1973, y desde chico tuvo contacto con la cocina. “Mi abuelo era húngaro. En casa jamás faltó un ahumado. Una carne de caza, un cerdo, un chucrut. Mi abuela, asturiana: salía a juntar caracoles, y eran infaltables las croquetas de bacalao”, recuerda.
En las ollas de la familia, Lele observó. Esa fue su escuela de cocina. “Mi abuelo me llevaba a todos los asados; a los 12 años, a mi padre le regalé un lechón a la parrilla que asé”. A los 17 años, consiguió trabajo en el restaurante Bice de Puerto Madero. Antes de su inauguración, estuvo a cargo de su limpieza y luego fue bachero. Arrancó de abajo y eso fue lo mejor que le pudo haber pasado. “Supe cómo activar un restaurante”, afirma.
De Puerto Madero, se fue a París, Milán y España. Tuvo una gran formación europea. El día de su cumpleaños número 30, en el año 2003, abrió junto a su madre Café San Juan. “Fue una experiencia buenísima trabajar con mamá, ella era muy social y atendía, y yo antisocial, y cocinaba, formamos un equipo de trabajo increíble”, recuerda. La propuesta fue un antes y después en su vida y en la historia de la gastronomía porteña.
¿Por qué Café San Juan se convirtió en un lugar de culto? “Simple: fue una idea honesta, con platos abundantes y un precio familiar”, afirma. Sus padres, que ya fallecieron, estuvieron muy presentes en el restaurante. “Por eso me cuesta volver”, confiesa Lele. Aunque da una pista a sus fieles seguidores: “Reabrimos pronto y volverá a ser ese lugar familiar”, cuenta, con emoción.
“La Parada Sanguchera” maneja el mismo concepto gastronómico: sabores simples, auténticos y replicables. “Hoy estamos en el camino de volver a los momentos felices donde comíamos lo que había en casa, con nuestra madre, padre o abuelo. A esa comida volvemos. Es lo que nos falta a todos, un poquito de ese mimo familiar”, reconoce Lele. Y remata, fiel a su estilo: “Está lleno de propuestas gastronómicas muy buenas, pero ¿por qué mejor no te comés un sanguchazo?”.
La parada rutera especializada en sándwiches que abrió un reconocido cocinero y es furor - LA NACION
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