“Dime cómo comes -cómo cocinas- y te diré quién eres…”
Dime cómo comes, o mejor cómo cocinas, con quién, para quién, cuándo, dónde… y me estarás diciendo casi todo de ti. Teólogos de prestigio se atreven a decir que a Jesús lo mataron por su modo de comer, se refieren a que el comer y el modo de vivir estaban tan estrechamente relacionados que, de alguna manera, El se dijo a los demás en algo tan sencillo como su relación mediada a través de la mesa, de la comida. El evangelio está plagado de gestos y palabras de Jesús que lo definen, como divino y humano, desde la comida, la mesa, los comensales, incluso hace de cocinero ya resucitado. Hasta el sacramento central de su memoria quedó sellado en un trozo de pan y en un poco de vino, alrededor de una mesa de amor y familia. Traigo este dato a colación, ante esta obra del amigo y del hermano, porque para mí Manolo Méndez se desnuda y se define en este libro que de alguna manera es sacramento y síntesis de su ser y su hacer personal. Permitidme que me explique.Nuestro encuentro y la mesa
“Dichosos los humildes y los sencillos”
A veces, en estos tiempos que corren, se presenta la cocina como algo sofisticado y de una altura compleja. En esas dinámicas iniciamos a nuestros pequeños, como si la cocina fuera un lugar para ser grandes e importantes. Nada más lejos de estas recetas y de este cocinero. Como se podrá comprobar nuestro Manolo cocina desde la mayor sencillez y la mejor humildad. No se considera autor de nada, sino receptor entrañable de lo que ha recibido de tantos, no se presenta como maestro sino como discípulo. Lo hace desde la gente más sencilla y amable que le ha rodeado, como su madre y sus mayores, alabando y admirando su creatividad y eficacia usando lo más cercano y asequible a cualquier persona. Esconden sus recetas un canto a la creación y a la naturaleza, como hermana y como madre. En estos tiempos en que hasta el papa grita pidiendo una ecología integral aquí se nos presenta un modo de cocinar y de comer que es de una ecología sana y equilibrada, de un respeto y veneración real por toda la naturaleza y por la relación armoniosa y cuidada de todo lo creado. Personas humildes y sencillas que desde la cocina preparan la mesa para todos sin exclusión, al alcance de cualquiera para que nadie se quede con hambre.
“Multiplicando los panes y los peces”
Jesús multiplicó los panes y lo peces al ver a la muchedumbre cansada, sintió compasión. Hay quien se atreve a decir que hoy no se hacen milagros de este tipo y les cuesta creer en el evangelio, yo no puedo afirmar eso, porque yo he visto a Manolo, junto a Loli, hacer milagros de este tipo de Jesús en el evangelio cada vez que ha hecho falta. Sí, no lo digo como parábola, lo expreso como confesión de fe. Creo que de esto no soy yo el único testigo, lo sabe mi parroquia, los jóvenes estudiantes católicos, los profesionales cristianos, sus amigos, su pueblo…cuántas veces ha multiplicado migas, arroz, carne… lo que ha hecho falta para que todo el pueblo comiera, los que venían de fuera y para que los donativos llegaran a los que más lo necesitaban. Creo que cuando lo nombraron “Poblanchino del año”, una de las razones era que su cocina y sus comidas eran de milagro. Lo ha hecho en colaboración con todo el que se lo pidiera, sólo faltaba que lo hicieran de buena voluntad y con rectitud de intención. La cocina y la mesa ha de ser plural y diversa, donde quepan todos, especialmente los más sencillos y los más pobres.
“El pan nuestro de cada día”
Muchas veces se muestra la cocina desde platos especiales y extraordinarios, cocina de ocasión. Lo difícil, como decía mi madre, era pensar que poner cada día, cómo hacerlo y que no resultara monótono a la vez que fuera viable para nuestra economía justa y pequeña.
El libro que nos ha propiciado nuestro autor, es de la cocina de lo diario con creatividad y novedad. Lo decía el filósofo, lo creativo no es enamorarse de muchas mujeres e ir cambiando de pareja, sino saber amar con novedad cada día a la misma persona. Así es Manolo, te puede sorprender cada día sin salirse de madre. Nosotros lo hemos comprobado en muchas de nuestras convivencias y estancias largas, cómo se puede cocinar cada día algo nuevo, sin tirar nada del día anterior, transformando e ilusionando lo nuevo con lo viejo. Manolo es cocinero de cada día, de la calle, del encuentro, de la fiesta, de la rutina, del ahorro y del buen sabor, de lo sorprendente en lo sencillo. Y si al pan de cada día, le pones un aperitivo lleno de caricia, resulta que la simple morcilla se convierte en el mejor homenaje. Cuantas veces nos ha hecho exclamar desde el trozo de pan untado: ”bocato di cardinale”.
“Tomad y comed…”
El hacer de comer tiene que ver inexorablemente con la fraternidad y la entrega. Yo no puedo separarlo de ninguna manera de la maternidad y la paternidad, ahora ya sin padres lo siento en mis hermanos. Pero hoy proclamo que, en Manolo, junto a su esposa, he visto lo que es desgastarse en preparar para los demás y sólo sentarse a la mesa cuando todos los demás están servidos y encima considerar que lo que se está haciendo no tiene ninguna importancia, que “han hecho lo que tenían que hacer”. Considero que esta espiritualidad y esta emoción solo es posible mediada por la paternidad y la maternidad, que en este matrimonio están fundidas al cien por cien, los dos son madres y los dos son padres, es curioso cómo funciona esa casa, con sus tres hijas. La casa abierta, la mesa extensible, la vida pasa por la mesa y la mesa está al servicio de la fraternidad. Aquí los primos, los tíos, los vecinos entran con propiedad, con nombre e historia, se les juzga poco y se les ama mucho, y casi todo se les dice en el ámbito de la mesa y el pan compartido. El mayor gozo de esta familia esta en hacer verdad el sacramento de la mesa, invitar a comer juntos, donde no hay mío ni tuyo, donde la generosidad se hace tan grande que nadie está excluido. Yo me he sentido parte siempre de su familia, sus parientes, sus amigos… Lo curioso es que, participando en nuestros encuentros de jóvenes, profesionales, parroquiales, al final con su hacer silencioso y esa actitud generan familia y se hacen nudo fuerte sin darse importancia alguna. Ahora cuando lo han pasado mal con el covid19, especialmente él, se hizo una cadena de oración de cientos y miles de personas. La mesa había generado una multitud de familiaridad sin límites. Una mesa que se da es una mesa que se une.
“Hagamos una fiesta… porque este hijo ha vuelto”
La simbología de la sal, como la del vino y el pan, siempre me ha resultado muy agradable y sugerente. Igualmente, la del ternero cebado, dicho sea de paso. La sal da el sabor y se deshace dándolo, el vino da alegría desde la uva pisada, el pan desde el trigo molido… se deshacen para dar sabor, alegrar, alimentar, celebrar. La cocina de Manolo, sus recetas, pero sobre todo su quehacer ha estado siempre ligado a esas funciones generadoras de vida y positividad. Busca con su cocina ayudar a saborear la vida, se trata de algo mucho más allá del puro placer de un gusto al paladar, se dirige a la satisfacción, a la contemplación de lo sencillo que se puede hacer manjar en un momento oportuno. Mira la regeneración de las fuerzas, para recuperar el ánimo que se debilita en el trabajo, en la reflexión, en el caminar… volver a ser nosotros tras un desgaste, lo que nos serena y agrada. Y el gozo de compartirlo, de sorprender, de innovar, de agradar, de reconocer, de unir… esta alegría del comer tiene que ver mucho más con paz, reconciliación, plenitud…que con la hartura. Por eso, el tesoro de la cocina de Manolo es que siempre se ha puesto al servicio de la celebración, para proclamar el triunfo, para ahogar las penas, para subrayar la vida, los años, los trabajos, las fechas señaladas, la fe, la hermandad, el encuentro, las causas solidarias y fraternas, celebrar la vida. Qué unida tu cocina a la liturgia, tanto de lo secular como de lo religioso. En la mesa preparada por ti, se une lo profano y lo sagrado en el mismo pan y en el mismo vino. Contigo se hace verdad ese dicho “de la misa a la mesa”. Siempre para celebrar, hasta la comida más sencilla de cualquier día, en que no tenemos casi nada para comer y lo hacemos con remiendos y sobras, de una generosidad que nos sobrepasa.
“El río, el huerto, el campo, el corral, la matanza, los caldos, las salsas…”
No me canso de decir, algo que descubrí en el corazón, que lo que dice el evangelio no es verdad porque lo diga el evangelio, sino que el evangelio lo dice porque es verdad. Leyendo todas las recetas que nos ha preparado Manolo, lo vuelvo a sentir. Me imagino a Cristo en el lago, en el rio, en el huerto, entre la naturaleza campestre, en las matanzas de los vecinos, tomando el caldo, mojando en la salsa… es tan real, tan verdadero. La cocina y la mesa pueden hacer de un momento algo singular y único. La conexión con la naturaleza, con los demás, con Dios se da totalmente. Hay un modo de cocinar y comer en fraternidad con lo natural, desde el agradecimiento total, lo que está ahí para nosotros en la naturaleza, elaborado con nuestro trabajo, pero recibido gratuitamente. Cuando hay ese agradecimiento, como decía Santa Teresa, Dios anda entre los pucheros. Pero si además es compartido con todos, especialmente con los que más lo necesitan, entonces la comida es gloria, porque se hace fraternidad, y lo amado se hará vida eterna. Sí, cada vez que lo hicimos con uno de los más humildes hermanos, lo estábamos haciendo con el mismo Dios creador de todo. Y cuando hacemos de la cocina servicio con mirada trascendente, entregándonos a los demás, entonces nos consagramos, nos hacemos verdaderos sacerdotes, que servimos la vida y la llenamos de sabor y emoción generosa. Claro estas cosas no las saben los sabios ni entendidos, ni los master chefs de turno, esto como decía el Maestro de Nazaret, sólo lo saben los sencillos y los humildes, como este “poblanchino auténtico”. Gracias por tu libro Manuel Méndez, poblanchino auténtico.
"Entre los pucheros anda Dios..." El libro vivo de un cocinero de Dios - Religión Digital
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