Miguel Hurtado nació en Barcelona, lugar al que sus padres, naturales de Píñar, se marcharon en busca de trabajo. Tras pasar varios años allí, la vida le llevó de nuevo a la provincia de Granada, donde comenzaría a trabajar en la hostelería. Y después de varios años entre sartenes y cacerolas Miguel ha regresado a donde empezó todo: al pueblo de sus padres.
«De pequeño la cocina me llamaba la atención y siempre le echaba una mano a mi madre cuando cocinaba», cuenta Miguel, que reconoce que por aquel entonces soñaba con ser Policía. Sin embargo, el destino le tenía preparado otro camino. «Me vine a Granada y empecé a trabajar como camarero, más que nada por necesidad. Pero me di cuenta que eso no me gustaba demasiado». Fue entonces cuando comenzó a entrar en la cocina hasta descubrir que realmente ser chef era lo que le apasionaba.
«Empecé a hacer cursos de cocina y al terminar de formarme empecé a trabajar como cocinero», algo que hizo primero en Marmita y más tarde en el Hotel Luna: «Entré para una suplencia y al final me quedé allí 7 años». Tras tanto tiempo en el mismo sitio, el cuerpo le pedía un cambio. «Quería ver sitios nuevos y hacer otras cosas, no quería estancarme», así que decidió pedir una excedencia por dos años.
Su intención no era la de volver a Píñar, donde todavía reside una parte de su familia, sino darse un tiempo «para estar más con los niños». Pero una llamada de su primo, propietario del Café Bar Pepín, hizo que todo cambiara. «Me pidió que fuera a echar una mano en cocina durante el verano y para las fiestas de Píñar y a partir de ahí me quedé». Desde entonces ha revolucionado el bar de su primo con una nueva carta y platos que hasta ahora era imposible degustar allí. «Tengo libertad para hacer lo que quiero y ser más creativo, la verdad es que estoy súper cómodo».
La oferta de los restaurantes de pueblo suele ser de comida tradicional, pero Miguel ha añadido su propio toque personal a la oferta gastronómica que presentan. «Ahora tenemos una comida más variada y moderna, con un poquito de todo y no solo tapas». Entre sus platos el cocinero destaca unas alcachofas mar y montaña que prepara con jamón y gambas al pil pil, «uno de los fijos» que siempre piden los clientes que van al bar. Además de una tosta de solomillo o un costillar que prepara a baja temperatura, así como el cachopo, que también tiene gran éxito.
«Aquí tengo que hacer más cosas, hay más responsabilidad. Pero no supone un problema para mi trabajar porque cocinar es lo que me gusta y lo que quiero». De hecho, confiesa que ahora mismo no se ve en otro lugar que no sea en Píñar: «A la gente le extraña que haya cambiado un buen hotel en Granada capital por un bar de pueblo pero hoy por hoy volvería a hacerlo sin dudar».
«La tapa hace más mal que bien»
Uno de los puntos fuertes del Café Bar Pepín son sus tapas, aunque Miguel reconoce que la trabajar este formato le hace «polvo». «Es a lo que está acostumbrada la gente y no se puede cambiar, pero pienso que la tapa hace más mal que bien y te impide crecer. Al final estás amarrado a la tapa». Pese a ello, tiene claro que dejar de darla «no es una opción». Como alternativa, considera que podrían ofrecer la bebida más barata, sin tapa, y así incentivar el consumo de raciones porque «aquí la caña cuesta 1,70 euros y con dos tapas has comido», algo que no resulta muy rentable para el negocio.
El cocinero que busca nuevos retos en la provincia de Granada - gourmet.ideal.es
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