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Sunday, August 8, 2021

Intérpretes, choferes, cocineros... El personal de apoyo de Francia queda desprotegido - Proceso

El ejército francés participó activamente en la aventura afgana de la OTAN, aunque hace tiempo comenzó a retirarse. Pero al abandonar el terreno bélico, las tropas de Francia dejan desprotegido a su personal afgano de apoyo (intérpretes, choferes, cocineros…) que queda a merced de los talibanes, ante cuyos ojos son traidores. Abdul Razik Adeel, quien trabajó para los franceses en Afganistán, cuenta la inacabable serie de dificultades que debió sortear antes de quedar a salvo en Europa.

Laon/París, Francia.- “Los talibanes secuestraron a Abdul Basir Jan a principios del mes pasado y 15 días después, el 20 de junio, apareció su cadáver en la provincia de Wardak. Tenía huellas de tortura. Los talibanes lo remataron de un tiro”, confía a la corresponsal Abdul Razik Adeel, presidente de la Asociación de Intérpretes y Auxiliares del Ejército Francés en Afganistán.

“Abdul Basir trabajó de 2008 a 2013 como cocinero para los soldados franceses en el campo militar de Warehouse”, cuartel general de la OTAN en Afganistán. “Sabiéndose en la mira de los talibanes llevaba seis años y medio pidiendo una visa para Francia para él y su familia”, precisa. “Las autoridades galas nunca creyeron que estaba amenazado y rechazaron tres veces su solicitud. Y aquí está el resultado…”.

Francia desplegó 4 mil soldados en Afganistán en el momento más alto de su participación en la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad, encabezada por Estados Unidos; 70 mil militares galos rotaron por ese país a lo largo de 13 años.

Según datos comunicados por el Ministerio de Defensa de Francia a la Comisión de Información de la Asamblea Nacional sobre los Personales Civiles de Defensa, que se publicaron el 12 de abril, durante esos años las fuerzas armadas francesas contrataron a mil 67 afganos, 538 de los cuales se desempeñaron como intérpretes y los demás como choferes, cocineros o personal de seguridad.

Tachados de traidores por los talibanes, muchos fueron objeto de hostigamiento y amenazas. Lejos de tomar medidas para rescatar a sus empleados locales en el momento de su repliegue de Afganistán o inmediatamente después, las autoridades militares –y luego las políticas y las judiciales– multiplicaron trabas administrativas para disuadirlos de pedir su “reubicación” en Francia.

Fue bajo presión de un grupo de intérpretes que arriesgaron sus vidas manifestándose a rostro descubierto ante la embajada de Francia en Kabul en 2014 y 2015 y de un colectivo de abogados, que las autoridades francesas se vieron obligadas a cumplir, lenta y muy parcialmente, sus obligaciones jurídicas y éticas.

Ahora, siempre según fuentes castrenses, 239 de los mil 67 afganos –referidos por sus siglas administrativas de PCRL (personal civil de reclutamiento local)– han sido “reubicados” en Francia, 165 de los cuales lo fueron después de años de lucha y trámites absurdos. Razik Adeel, quien lideró la protesta de los intérpretes en Kabul, es uno de estos PCRL, pero prefiere presentarse como tarjuman (intérprete en persa).

Sentado en un pequeño parque de la ciudad norteña de Laon, donde fue reubicado en 2016, Razik recuerda que fue difícil convencer a sus colegas de manifestarse públicamente: “Finalmente entendieron que era nuestra última esperanza. Nos manifestamos una decena de veces, en vano. El encargado militar de la embajada sólo nos atendió cuando se dio cuenta de que los corresponsales de AFP y Radio Francia Internacional cubrían nuestra protesta”.

Como muchos de sus compatriotas, el exintérprete del ejército francés no vivió un solo día de paz en su país: “Nací en 1985 durante la guerra con la Unión Soviética (1979-1989). Luego los talibanes se lanzaron a la conquista del poder desatando cada vez más violencia. Finalmente se impusieron en 1996 y gobernaron hasta 2001, año de la intervención de las fuerzas estadunidenses que luego fueron apoyadas por una coalición internacional”.

Esperanzado en la paz

Razik Adeel estaba a punto de cumplir 17 años cuando fue reclutado como tarjuman por el ejército francés. En ese entonces ya era políglota: hablaba persa y pashto, los dos idiomas oficiales de Afganistán, e inglés, que había estudiado desde los ocho años. Hoy domina cuatro lenguas más.

“El ejército francés contrataba intérpretes anglófonos porque casi no había francófonos en Afganistán. Pero no tardé en familiarizarme con el francés y fue con ese idioma que trabajé hasta 2014. En realidad mi paso de la adolescencia a la edad adulta se hizo con los militares franceses; crecí con ellos. Y si me involucré tan joven con ellos fue porque estaba convencido de que la coalición internacional nos iba a ayudar a deshacernos de los talibanes y de Al Qaeda”, cuenta con una sonrisa desencantada.

Durante siete años se desempeñaba como intérprete hasta las 16:00 horas y luego estudiaba, primero en el liceo y luego en la universidad, donde se graduó como ingeniero civil. En los primeros años de su “carrera” de intérprete, una calma muy relativa reinaba en la capital afgana.

“Entre 2001 y 2008 cumplí todo tipo de misiones”, dice. “Una vez a la semana servía de enlace entre instructores militares franceses y soldados del Ejército Nacional Afgano que capacitaban. El resto del tiempo acompañaba patrullas que recorrían los barrios populares de los alrededores de Kabul”, explica.

“Ese tipo de operativo era arriesgado, porque el tarjuman siempre debe estar en primera línea junto al oficial que encabeza la patrulla. El papel del intérprete en zona de conflicto o de guerra es muy especial, porque es el único contacto de los militares con la población: sabe cómo hablar y tratar a la gente, conoce el terreno, se percata de detalles mínimos pero a menudo vitales que obviamente no perciben los extranjeros.”

Abdul Razik se tensa al desgranar ciertos recuerdos: “Varios operativos de patrullaje en los suburbios de la capital fueron duros. Uno me impactó mucho. Íbamos dos intérpretes con los soldados. Mi colega bajó del vehículo blindado para buscar al jefe de la aldea. Caminó unos pasos y cayó abatido por un francotirador. Debo confesar que me estresaba cada vez que me tocaba meterme en un barrio o una aldea para convencer a su líder de que debía ir a hablar con el oficial francés”.

Lo que aumentaba su estrés era la “cortesía” de algunos jefes comunitarios, que después de las pláticas los invitaban a tomar té en su casa. “Eran muy amables. A veces no podíamos zafarnos y menos aun impedir que nos tomaran fotos. Por supuesto al rato compartían estas fotos, que de una manera u otra acababan en manos de los talibanes”, comenta antes de aludir a los kamikazes que detonaban sus cinturones explosivos al paso de la patrulla…

A partir de 2008 la situación se volvió más peligrosa en el país y Razik Adeel participó, siempre en primera línea, en acciones militares de más envergadura para repelar a los “insurgentes” –así se refiere a los talibanes– que hostigaban a las fuerzas internacionales.

“Estos operativos eran tan arriesgados que los oficiales que los dirigían equiparon a los tarjuman con chalecos antibalas, cascos pesados y fusiles de asalto, lo cual estaba estrictamente prohibido por el alto mando castrense. Eso nos hacía sentir parte integrante del ejército francés”, apunta.

Su peor recuerdo es, sin duda, la emboscada de Uzin, durante la cual los talibanes atacaron una patrulla de soldados franceses, estadunidenses y afganos. Fue los días 18 y 19 de agosto de 2008, cerca del pueblo de Sper Kunday. Le costó la vida a 10 militares franceses y a un intérprete, así como a 40 civiles. Una cuarentena de talibanes perecieron también.

“Fue espantoso. Vi cómo los talibanes se echaron encima del primer blindado que encabezaba la patrulla y cómo se llevaron a soldados y a mi colega intérprete –varios de ellos fueron decapitados–, mientras otros nos disparaban de todas partes. Los combates duraron 24 horas. Nos rescataron artilleros que nos cubrieron desde helicópteros y la intervención del ejército afgano.

“Entonces decidí que iba a renunciar”, confiesa Razik, quien salió del combate con una herida en la pierna. “Pero en realidad ya sabía que no me podía echar para atrás. Los talibanes me dejaban mensajes telefónicos. Una bomba explotó atrás de mi casa. Me tocó mudarme cinco veces con mi esposa y mis dos hijos. Pensé que con todo y todo más valía seguir trabajando con el ejército francés, al que podría pedir protección”.

Contratos amañados

La emboscada de Uzin ocurrió un año después de la elección de Nicolas Sarkozy a la Presidencia.

Según cuentan los periodistas Brice Andlauer y Quentin Müller, en su libro Tarjuman, investigación sobre una traición francesa, el alto costo humano del ataque de los talibanes jugó un papel importante en la decisión de Sarkozy de sacar a las tropas francesas de Afganistán. Ese repliegue se inició con el regreso de 400 soldados en 2011 y se aceleró después de que cuatro militares galos fueran asesinados por un soldado afgano en 2012.

En 2011, en plenos preparativos de su salida de Afganistán, el Ministerio de Defensa modificó los contratos anuales de trabajo de sus empleados locales, que dejaron de ser regidos por el derecho francés para pasar al derecho afgano.

“Un cambio radical, obviamente calculado para cubrirse jurídicamente en caso de que los intérpretes que Francia se aprestaba a abandonar presentaran demandas judiciales para hacer valer sus derechos”, aseveran Müller y Andlauer en su libro. Razik Adeel dice que no se percató del cambio. Confiado, firmó su contrato como lo hacía cada año.

Entre 2012 y 2013 el ejército francés seleccionó de forma opaca a 73 PCRL que “exfiltró discretamente” –según palabras de los militares– de Afganistán y reubicó en Francia. Las autoridades castrenses aseguran que ofrecieron a los demás una indemnización por despido o “subsidios de reasentamiento” en una región afgana de su elección.

“Con eso los ministerios de Defensa, del Interior, de Relaciones Exteriores y de Asuntos Sociales involucrados en el dispositivo pensaron que habían cerrado definitivamente ese capítulo estorboso”, confía a la corresponsal Antoine Ory, miembro del colectivo de abogados que se movilizó para desenterrar los expedientes de los PCRL.

Pese a sus 13 años de servicio, de los múltiples riesgos que corrió para cumplir cabalmente su misión y de la persecución de los talibanes, Abdul Razik no fue considerado digno de ser rescatado y se enteró muy tarde de la exfiltración de sus colegas. Junto con numerosos tarjuman exigió tener el mismo trato e intentó pedir una visa para Francia. En vano.

“Nos manifestamos una y otra vez ante la embajada; fue nuestro último recurso. Gracias a corresponsales de medios galos en Afganistán nuestro caso se conoció en Francia. A principios de 2015 nos contactó desde París Caroline Decroix y a partir de ese momento nuestra lucha tomó otro giro”, dice.

Magali Guadalupe Miranda no vaciló un segundo cuando Decroix, del Colegio de Abogados de París, solicitó voluntarios para defender a los PCRL abandonados por las fuerzas armadas francesas.

Miranda acababa de prestar juramento como abogada y esa primera “misión” fue su bautizo de fuego. Desde 2015 sigue encargándose de casos de extarjuman en situación de peligro en Afganistán o en la ruta del exilio y se ha especializado en derecho de asilo, trabajando esencialmente con refugiados afganos llegados clandestinamente a Francia.

“Al principio nos tocó ‘desbrozar’ el derecho francés para encontrar procedimientos jurídicos que nos permitieran sacar cuanto antes de Afganistán a estos PCRL amenazados”, confía. “Enfrentamos una situación inédita, ya que las fuerzas internacionales que intervienen en un país para ‘participar en su pacificación’, suelen replegarse una vez que su misión está cumplida. Eso no era el caso en 2013-2014 y lo es menos aún hoy, con la salida de todas las tropas estadunidenses y el riesgo de regreso al poder de los talibanes”.

Ardua y compleja fue la batalla jurídica del colectivo de 35 abogados que obligó a las autoridades francesas a reubicar a 11 PCRL en 2015 y a 103 más el año siguiente. Entre ellos se encontraban Razik Adeel, su esposa y sus hijos, que llegaron a Laon en 2016 junto con otras 25 familias afganas.

Razik tiene ahora una tarjeta de residente de 10 años a título de excombatiente de las fuerzas galas y como tal asiste cada año al desfile militar del 14 de julio en los Campos Elíseos. Como los exintérpretes que tienen el mismo estatuto, es invitado oficialmente por el alto mando castrense.

“En 2018 se dio una tercera reubicación –aclara Miranda–, pero sólo fueron seleccionados 51 de los 149 tarjuman y auxiliares cuyas solicitudes de visa habían sido rechazadas en 2015. No se tomaron en cuenta las demás solicitudes. Es indigno.”

Ese mismo 2018 el colectivo de abogados descubrió que la “protección funcional” –disposición del derecho administrativo galo que obliga al Estado a proteger a los agentes que contrata, si sus funciones los ponen en peligro– se aplicaba a los PCRL, aun si su contrato estaba regido por el derecho afgano. El Consejo de Estado confirmó que los defensores de los tarjuman podían ampararse en esa disposición.

“A pesar de múltiples trabas burocráticas eso nos permitió defender y ganar casos, en particular de tarjuman llegados a Francia por sus propios medios, es decir recurriendo a coyotes. Pero muy pronto el Ministerio de Defensa contraatacó cuestionando sistemáticamente la autenticidad de cada uno de los documentos que se presentaban”, precisa la abogada.

“El Ministerio de Defensa exige de sus exempleados que demuestren que las amenazas en su contra son ‘personales, actuales, reales y directamente relacionadas con las funciones que ejercían como interpretes’, enfatiza Antoine Ory. Eso es simplemente imposible. Y por si eso fuera poco, cada vez que ganamos casos el ministerio apela. Es obvio que quiere impedir la reubicación de los PCRL.”

Los servicios de inteligencia militares y civiles alegan riesgos para la seguridad nacional por considerar que terroristas islámicos podrían infiltrar los PCRL que solicitan visas para Francia. El argumento, cuestionado por los abogados de los tarjuman, tiene eco en la opinión pública, traumada por los atentados islámicos que sacuden el país desde 2015.

Tomar el “riesgo” de reubicar a centenares de familias musulmanas afganas a 11 meses de las elecciones presidenciales no seduce al muy probable candidato Emmanuel Macron, que se enfrenta a la derecha y a la ultraderecha en torno al problema migratorio y el polémico tema del “comunitarismo musulmán”.

“La solución para evitar que esa situación trágica se reproduzca, por ejemplo con los PCRL de Malí, país en el que Francia interviene militarmente contra los yihadistas y del que planea retirar parte de sus tropas, sería crear un estatuto claro para su personal reclutado localmente con una ‘visa de derecho’ que facilite su reubicación urgente en caso de peligro. Pero crear en ese momento un nuevo marco jurídico para acoger a extranjeros en Francia es políticamente explosivo”, deplora Miranda.

Reportaje publicado el 1 de agosto en la edición 2335 de la revista Proceso cuya edición digital puede adquirir en este enlace.

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