El pequeño Franz nació en una mala época en un lugar complicado, la Alemania de 1941 que había provocado el estallido de la segunda guerra mundial. Su infancia, pues, transcurrió, tras la finalización de la contienda, en un ambiente de penuria y dificultades. A su alrededor todo era destrucción y pobreza, y el hambre pronto se convirtió en una inseparable compañera a la que costaba despistar. Aquellos años complicados despertaron en él algo más allá del instinto de supervivencia: el ingenio y la obsesión permanentes por pensar la manera de resarcirse de aquella aguda escasez y carestía.
Su padre, como otros tantos soldados alemanes, había caído en combate en la campaña de Rusia, lo que complicó aún más su infancia. Toda la responsabilidad de aquel tiempo oscuro con penurias de todo tipo recayó entonces sobre su madre, que debía sacar adelante a sus tres hijos. El trauma de la guerra y el periodo posterior le enseñaron a buscarse la vida entre los pequeños recovecos que la dura realidad le dejaban. Eran como pequeños resquicios sobre los que había que transitar con picardía, habilidad y destreza. Los recursos eran escasos, y la imaginación resultaba fundamental para la supervivencia.
Aquello definió y dio forma en buena medida a la personalidad de Franz. Eso y que siguió en un inicio el consejo materno de hacerse cocinero si quería mantener la tripa llena. Así que aquel joven alemán se preparó entre los fogones del restaurante SchloBgarten de Saarbrücken. Además lo hizo destacando entre sus compañeros y recibiendo buenas calificaciones. Se especializó en cocina francesa y no tardó en encontrar una oportunidad como chef en un restaurante de Luxemburgo.
Pero todo cambió aquel día en que se topó por la calle con una carpa en la que un grupo de rock and roll tocaba en homenaje a la figura del General estadounidense Patton. En ese instante, Franz sintió algo tan intenso y profundo que decidió instantáneamente dejar la cocina para ser músico de rock. Se dirigió al jefe de cocina y le dijo: “Voy a tomar una cerveza”. Nunca más volvieron a verle el pelo.
Tras ello, y para disgusto de su madre, lo primero que decidió hacer fue buscar un nombre artístico apropiado que sonara menos teutón. Tenía claro que había que cantar y pensar en inglés. Eligió el de Frankie Farian. Se aplicó con la guitarra, recordando sus primeras intentonas con la que le había regalado su madre al cumplir los 12 años. Después, formó la banda Frankie and the Shadows (Die Schatten). Produjo su primer disco como solista, Yakety Yak, en 1964, aunque su primer éxito se haría esperar. En 1976 se encaramó al número uno de las listas alemanas con una versión del Rocky de Dickey Lee.
Pero antes, en 1974, ya había empezado a “liarla” cuando como productor tuvo la ocurrencia de grabar la canción Baby Do You Wanna Bump bajo el nombre de Boney M, en el que él hacía todas la voces, desde la masculina con tono de bajo al estilo de Barry White, hasta las femeninas, en modo falsete. Así, cuando aquel tema se convirtió en todo un éxito en Holanda e Inglaterra, los productores comenzaron a interesarse en contratar actuaciones en vivo de aquel grupo. Pero, como recordaría siempre el propio Farian: ¿quién demonios era Boney M? Y ahí comenzó el primero de los líos en los que acabó metiéndose quien ahora ya era conocido como Frank Farian. Para salir del atolladero y hacer caja reclutó a las cantantes Liz Mitchell y Marcia Barret y a los bailarines Maizie Williams y Bobby Farrell y, voilà, ya tenía a los miembros de Boney M.
Farrell no cantaba ni en la ducha
Sólo había un pequeño e “intrascendente” inconveniente: Farrell no cantaba ni en la ducha. Aquel niño alemán que tuvo que ingeniárselas para salir adelante en la posguerra era ahora un tipo ingenioso y ambicioso a partes iguales, así que eso no iba a ser ninguna cortapisa. Y Boney M comenzó a fabricar un éxito tras otro con Farian cantando y Bobby Farrell moviendo los labios. Europa, incluida España, cayó rendida a los pies del cuarteto de integrantes de color con temas como Daddy Cool, Rivers of Babylon o Rasputin. Sobre los escenarios, el musculoso Bobby se contorsionaba e impregnaba de erotismo sus actuaciones, vestido siempre con ajustados pantalones. Pocos imaginaban entonces que sus interpretaciones eran disimulados homenajes a la figura de Harpo Marx.
Farian hizo caja con Boney M, que vendió más de 150 millones de discos antes de entrar en una etapa de indefiniciones, abandonos, regresos y cambios que lo alejaron definitivamente de su éxito inicial. Pero si este engaño vocal no había representado mayor problema para Farian, ya reconocido productor en el mundo discográfico, el premio gordo estaba por llegar. En 1986, decide dar una vuelta al éxito italiano Girl You Know It 's True y encarga a dos cantantes una versión que convierte hábilmente en pegadiza. Se decide a grabar un videoclip, pero no quiere incluir en él a los intérpretes, porque considera que su imagen no está a la altura. “Brad Howell era demasiado gordo y demasiado viejo”, dijo de uno de ellos.
Casualmente, Farian recibe la visita esos días de Rob Pilatus y Fabrice Moran, dos bailarines atléticos que le piden trabajo, y el productor decide hacer un “corta pega”: ellos serán la imagen, pero no las voces, de Milli Vanilli. La pareja de atractivos jóvenes, como Farrell en Boney M, sólo tienen que esforzarse en mover los labios y hacer playback. El trapicheo funcionó desde el principio sin que nadie se diera cuenta. Girl You Know It’s True llega al número 2 en las listas de Estados Unidos. Después, el tema Baby Don’t Forget My Number es número 1. El álbum alcanza un rotundo triunfo. Farian se frota las manos y hace caja. En 1989 vuelven a la carga con Blame It On the Rain y Girl I’m Gonna Miss You, que suben rápidamente como la espuma en las listas.
Un Grammy envenenado
Pero a partir de ahí, las cosas comienzan a torcerse, curiosamente, tras recibir el deslumbrante dúo un Grammy. Farian lo describía así en una entrevista en la publicación alemana Der Spiegel: “Cuando se mencionó el nombre de Milli Vanilli en la ceremonia de entrega de premios, me hubiera gustado hundirme en el suelo de vergüenza. Lo primero que pensé fue: por el amor de Dios, ahora vamos a tener problemas. Sabía que se revelaría que Rob y Fab nunca habían cantado una nota. Y luego sus delirios de grandeza, realmente querían hacer una gira en vivo. Habían perdido el contacto con la realidad”.
Cuando se descubrió el pastel de Milli Vanilli tras un fallo durante una de sus actuaciones el escándalo fue mayúsculo, uno de los más grandes de la industria discográfica que se recuerden. Tuvieron que devolver el Grammy, Farian debió que afrontar un sinfín de demandas en Estados Unidos y la cosa acabó en tragedia cuando Rob Pilatus, a quien Farian sacó de la cárcel en Los Ángeles pagando una fianza de 250.000 dólares, fue hallado muerto unos años después en un hotel cerca de Fráncfort por una sobredosis de pastillas y alcohol.
Farian siguió sacando nuevos grupos, como La Bouche, Eruption o No Mercy, y produciendo éxitos de música pop y dance durante más años, pero ya para siempre su imagen quedó dañada por los escándalos de los playbacks. A pesar de ello, siguió desenvolviéndose con habilidad y fue capaz de decirle “no” a Michael Jackson cuando este, a través de su manager, le pidió cuatro canciones para su disco Dangerous. También recibió en su estudio de Rosbach la visita a principios de los 80 de Stevie Wonder para grabar allí su exitosa canción I Just Called To Say I Love You.
En total las ventas de los discos que grabó y produjo suman alrededor de 850 millones de copias, lo que le hizo poseedor de 800 acreditaciones en forma de disco de oro y platino. Ayer, Frank Farian fallecía en su casa de Miami a los 82 años. El hombre que se convirtió en cocinero por consejo de su madre para “estar siempre lleno” dio con la receta del éxito en el mundo discográfico, aunque a veces empleara ingredientes poco saludables. Al fin y al cabo, uno de los mejores futbolistas de la historia ya había sentado un precedente cuando marcó un gol haciendo trampas y la historia lo acabó definiendo como “la mano de Dios”. Farian, a diferencia de Maradona, nunca tendrá una Iglesia con su nombre como deidad, pero fue capaz de mantener siempre la música que producía en las alturas.
Frank Farian: el cocinero que dejó los fogones y acabó vendiendo más de 800 millones de discos - El Periódico de España
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