«A ver cuándo escribes sobre las impertinencias que tenemos que soportar nosotros en la sala, que son muchas, y también forman parte de la gastronomía», me espetó hace no mucho un talentoso cocinero que había tenido que soportar alguna escena molesta y carente de todo civismo en una de las mesas de su restaurante, en la capital grancanaria.
Lo cierto es que después de ese día, no son pocas las anécdotas que me cuentan sobre hechos similares, donde los protagonistas no son los platos, sino los 'numeritos' de unos comensales que al parecen disfrutan más montando el pollo que comiéndoselo. La variedad es generosa. Desde aquellos que tratan al personal como si fueran sus sirvientes, hasta esos otros que reservan a una hora y aparecen treinta minutos más tarde, con todo lo que ello supone para la organización.
El viejo truco
Uno de los más habituales, el caradura profesional, ese perfil especializado en buscar o inventarse fallos en cada pase o detalle para que el homenaje le salga gratis, o al menos le inviten a algo. No son pocas las veces que he asistido en un restaurante a escenas de este tipo, donde la vergüenza ajena se apodera del ambiente rápidamente.
Hace unos días, un matrimonio trató de sentarse a las 15.55 horas en un restaurante de Arucas, alegando que el cartel de horarios pone que cierra a las 16.00. El propietario les explicó, educamente, que a esa hora no era posible iniciar un nuevo servicio, pues el personal tiene unos horarios, la oferta es de cocina creativa que lleva su tiempo y que cinco minutos antes del cierre, obviamente, no podían llevarlo a cabo. Este matrimonio, que no aceptaba lo evidente, decidió sentarse en una mesa y no levantarse hasta que le sirvieran la comida, pues «estaban dentro del horario».
«Te voy a hundir»
Al final, y tras un buen rato de tira y afloja, los desagradables clientes salieron dejando a su paso toda clase de insultos y amenazas, entre las que se encontraba la que ya es un clásico: «te vamos a hundir en las reseñas de Google y TripAdvisor». Esto de las reseñas, vital para multitud de negocios, pues atraen a muchos clientes nuevos, da para mucho. Ahora todo se mide, del uno al cinco. Un permanente examen que muchas veces no hace justicia al trabajo desarrollado, pero que se ha convertido en una herramienta fundamental dentro del panorama gastronómico, y del sector servicios en general.
Sobre los comensales que reservan y no acuden a la cita ya hemos escrito algo, y es un punto que está cambiando paulatinamente. Parece que poco a poco se ha ido normalizando dejar un depósito o fianza cuando se trata de grandes mesas, porque no es lo mismo que te falle una mesa de dos que de diez. La pandemia en este sentido cambió el panorama: el delivery sigue en plena forma y con las reservas no se juega.
También, por supuesto, están esos otros clientes que exigen el chupito de cortesía por amor al arte, los que dan el coñazo hasta el final y se olvidan de dejar propina y los que se creen que por gritar más de una esquina a la otra se les entiende mejor, cuando lo único que hacen es torpedear la experiencia del resto de clientes. Una breve muestra -se quedan muchos perfiles en el tintero- de que desde el otro lado también hay días buenos, no tan buenos y pésimos.
El impertinente comensal al que ningún cocinero quiere en su restaurante - Canarias7
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