J
uego de masacre. En un elegante restaurante enclavado en una isla privada, el chef de cocina Julian Slowik (Ralph Fiennes), organiza una singular ronda de degustaciones culinarias. Los pocos invitados exclusivos, apenas una docena de personas, han sido cuidadosamente seleccionados, y aunque cada uno debe pagar poco más de mil euros por el menú, todos deberán someterse al estricto protocolo que rige en el lugar, en realidad un ritual que la muy eficiente y marcial Elsa (Hong Chau), asistente de Slowik, obliga a observar de modo implacable. Entre los clientes figuran Tyler (Nicholas Hoult), un joven cocinero ambicioso, admirador incondicional del chef y maestro de ceremonias, y su novia Margot (Anya Taylor-Joy), única persona no invitada formalmente. También tres hombres de negocios prepotentes y mafiosos, un actor latino hollywoodense (John Leguizamo) quien conoció mejores tiempos, ávido todavía de reconocimiento y una mujer, especialista en gastronomía, crítica temible en revistas especializadas. El cuadro lo completa un matrimonio de personas maduras visiblemente hartas de sus rutinas domésticas y que en la suculencia culinaria propuesta buscan una distracción para su aburrimiento. Este círculo de personajes superficiales y pretenciosos –resumen perfecto de la clientela privilegiada que por largo tiempo Slowik ha atendido y soportado pacientemente– se encuentra ahora reunida para asistir a un extraño ceremonial que lejos de ser el agasajo esperado, parecería convertirse en un perverso juego de manipulación sádica.
El menú ( The Menu, 2022), película dirigida por el británico Mark Mylod, mejor conocido por su colaboración en exitosas series televisivas como Succession y Juego de tronos, maneja de modo novedoso elementos ya presentes en propuestas fílmicas sobre el arte culinario que han funcionado como sátiras sociales relacionadas con el tema del poder, trátese de la memorable cinta El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (Peter Greenaway, 1989) o de otro título inglés más reciente, El chef ( Boiling Point, 2022), de Philip Barantini. Dividida en varios capítulos, que corresponden cada uno a los tiempos de un menú y en especial a una nueva creación gastronómica, la trama de suspenso que proponen el director y sus guionistas Seth Reiss y Will Tracy, presenta un espacio acogedor, con decoración high tech, tenuemente iluminado, que paulatinamente va transformándose en un escenario de confrontación verbal entre el chef Slowik, quien actúa más como un déspota político que como un anfitrión culinario, y su clientela perpleja y aterrada a la que le impone sus gustos extravagantes de cocina ultra minimalista, obligándola a aceptar esa austeridad caprichosa. En esta comedia de suspenso y horror los comensales incautos advierten, uno a uno, su suerte amenazada por un misterio angustiante cuya solución se ve continuamente diferida y alterada, todo como en un relato de Agatha Christie.
Entre todos esos invitados, únicamente Margot, la joven intrusa en esa degustación de lujo, mostrará su descontento con actitudes rebeldes que para el chef serán cada vez más insoportables. Toda la película gira en torno a esta insospechada relación de fuerzas. Con la organización y disciplina casi militar que Slowik ha impuesto en la cocina, con la obediencia absoluta y servil, al extremo de la autoinmolación, con que cocineros y meseros atienden a las órdenes del jefe supremo, y con la retórica plagada de filosofemas y retorcimientos verbales que emplea el chef al presentar cada platillo, la cinta se vuelve la clara metáfora de un poder político autoritario y sus posibles excesos. Paralelamente funciona también como una sátira al esnobismo de aquellos clientes que en su búsqueda de una delicadeza gastronómica como símbolo de un estatus social elevado, se descubren víctimas de su propio afán de simulación cultural. Las propuestas culinarias de Slowik son tan absurdas como la de ofrecer un pan sin pan
, es decir, un sucédano que sólo contenga una suerte de placebo de harina susceptible de calmar las aprensiones de un apetito saludable culposo, pero también de exasperar al comensal adicto a los sabores brutos de las preparaciones tradicionales. Si el precio de la exquisitez, la corrección política y la buena apariencia social suelen ser el sacrificio, El menú lleva este requisito a situaciones extremas tan jocosas como delirantes.
Se exhibe en Cinemex y Cinépolis.
El menú - La Jornada
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