Ah, pero ¿los bomberos cocinan?, me dije yo en el FesTVal de Vitoria al conocer la existencia de un programa de Canal Cocina llamado Bomberos cocineros. “¡Claro!”, dijeron todos los responsables a una. Y me contaron una historia fascinante, tierna, divertida e insólita. Una historia que se podrá ver a partir de mañana en diez piezas de 30 minutos repletas de buena comida, de equipos humanos que la preparan, la disfrutan y luego salvan vidas y bosques.
Pero vamos al principio. Todo empieza con dos amigos, Edu Lavandeira -creador y director de esta propuesta- y David Álvarez, bombero en Vigo. “A los dos nos apasiona la comida desde siempre. Yo cocino mucho, hago pan también, y en las cenas que organizábamos David siempre nos había hablado de esta historia. Era un relato legendario de grandes comidas, de la manera que tenían de prepararlas en el parque. Además, mi padre siempre se encontraba con los bomberos, vestidos como tales, en el mercado de Vigo. Recuerdo que lo comentaba en casa, le resultaba curioso. Acudían con el camión muchas veces, por si acaso les surgía un servicio”. Ambas imágenes se unieron, y el programa nació en su cabeza.
¿Quién de vosotros, ilustres lectores de El Comidista, sabía que en los parques de bomberos de toda España se cocina bien -con los propios componentes del parque como cocineros-, se come bien, se acude a los mercados, a los comercios locales, se conversa largamente frente a platos elaborados de cuchara, con su segundo y con sus postres absolutamente caseros? Nadie, reconocedlo. Pues así es, y eso es justo lo que cuenta este espacio de Canal Cocina.
El programa visita diez parques de bomberos y allí los retrata, acompaña a la compra, les pone frente a la cámara para que expliquen sus recetas, les pregunta y les reta a recordar la cocina de la infancia mientras muestra su universo. Una se pregunta, “pero esto es nuevo, ¿no?” Y resulta que no, que la historia se remonta a décadas atrás, que siempre comieron en comunidad. ¿Cómo es que yo no sabía nada? Pues porque, tal y como dice Edu, -que además de director es “panarra gallego y pizzaolo casero”, tal y como dice su deliciosa cuenta de Instagram- los asociamos a nivel mediático con los cuerpos de impacto, los calendarios, su trabajo arriesgado y algún que otro cliché.
“Esa historia estaba escondida, por eso es tan sorprendente. A mí me resultaba cotidiano por lo que contaba de David, pero sabía que no era conocido. Ellos tienen un modo de vida muy peculiar, 24 horas seguidas de guardia cada tres o cuatro días. Esas 24 horas, si no tienen ninguna emergencia, se las pasan en el parque conviviendo y hacen la vida de una familia, con su desayuno, su comida, su cena y sus muchas horas de sobremesa hablando. Existe esa conexión familiar, con costumbres más de otros tiempos”.
Ni un ultraprocesado
El resultado de muchas horas de grabación es un relato sin un solo alimento procesado, ni ultraprocesado, ni envuelto en plástico, ni una sola comida precocinada, ni un solo desperdicio, ni una sola sobra, ni una sola receta que no pudiera cocinar nuestra madre o nuestra abuela. Así que todos los colaboradores de El Comidista, con su jefe a la cabeza, tan partidarios ellos de comer sano, pueden estar tranquilos: los cuerpos de bomberos están tan bien alimentados, que, si de ellos depende, el futuro de la buena gastronomía está garantizado. No solo estamos a salvo de otros peligros.
El programa se para en diez localidades: Almendralejo, Parla, Huelva, Ferrol, Murcia, Tortosa, León, Granada, Castropol y Albacete. En cada una hay un equipo de bomberos cordial y entregado que bromea mientras guisa, trocea, adoba, y se entrega con tiempo y con mimo a la comida del día. El ritual es una delicia. Se encuentran de buena mañana, al empezar la guardia, y entonces empieza la fiesta. “¿Qué vamos a comer hoy?” se preguntan en el parque de Granada un día cualquiera, y salen a chorros propuestas suculentas. Al final triunfan un potaje de hinojo, un remojón granaino y unos huevos mole o nevados.
Así entiendes esa frase que lanza mirando a cámara uno de los bomberos: “Como en el parque no se come en ningún sitio, además no es lo mismo ir a un servicio bien desayunado, bien almorzado, que si te pilla con el estómago vacío”. Los momentos en la cocina, mientras preparan, sirven además para liberar la tensión y funcionan como válvula de escape, según cuentan los compañeros mirando a cámara en sus cocinas bien equipadas, limpias, y espaciosas. Son camaradas de verdad, calmados y afables, que de pronto, si surge un servicio, si suena la sirena, dejan todo, apagan los fogones y se marchan a resolvernos a veces la vida. Ese cambio de actitud, muy bien contado en el programa, es deslumbrante.
Del compadreo al incendio
Esos mismos hombres -no sale una sola mujer bombera- que se lanzarán al camión a apagar el fuego, a rescatar a heridos o a cualquiera de las cosas importantes y urgentes para las que han sido preparados están momentos antes compadreando con la lista de la compra y dirigiéndose a la frutería Vera de Granada a comprar los mejores ingredientes.
Ese día la batuta la lleva Sancho, que va a ser el jefe de todo esto. Una vez se decide entre todos el menú, apunta en la lista todo lo necesario. “Y ahora id pasando por caja, diez euros cada uno, venga”, les ordena. Con la recaudación, -cuyo remanente se echa en un bote para ocasiones especiales- otros compañeros acuden a los comercios locales, al mercado del barrio; a esos lugares donde el padre de Edu se los encontraba con total naturalidad, cualquier mañana, con sus bolsas de la compra y sus carritos
Van pasando de puesto en puesto y charlan, bromean, preguntan por el mejor producto. Esas cosas que ya casi nadie hace. Suelen conocer a las fruteras, al carnicero, al pescadero que les vende el fresquísimo ejemplar del día: “No, no se lo limpies, que lo quiere limpiar él”, cuentan. El día que necesitaban hinojo para el puchero, Juan Casado, el frutero, los envió a su propio huerto, al campo de allí al lado, a recogerlos directamente de la tierra. Muchos de los alimentos son de cercanía total porque los vendedores cuidan de manera especial al cuerpo de bomberos, sus clientes más fieles, más singulares, más paradigmáticos. Verles arrancar del campo fértil, vestidos de bomberos y bajo el sol de la mañana la verdura que luego trocearán es un interesante momento televisivo.
Con la compra hecha se llega al parque y empieza el festín con un remojón granaino, “que es un plato que hacía mi madre, y por eso le tengo un cariño especial”, dice el cocinero del día. Esa naturalidad con la que hablan de los platos, de la vida en común, construye un relato tierno y desenfadado, plagado a veces de buen queso, de buen vino, de buen aceite, de buen cerdo ibérico, por ejemplo, que son los ingredientes de las recetas que se usaron en el parque de Almendralejo, la comarca de Tierra de Barros en Badajoz.
Comida que une
“Con el paso de los años sabemos quién cocina mejor”, dice Antonio Mendoza, uno de los muchos bomberos que cocina en ese parque. “La comida nos une, como compañeros, como familia, la cocina te motiva, es una forma de terapia, de hacer a gente feliz con lo que estás haciendo”, apunta. Tras repasar los diez episodios te parece increíble la cantidad de cocineros por metro cuadrado que hay en los parques de toda España. Pensaba que esos días de guardia, de trabajo, las cocinas -que creías que eran lugares fríos, sin alma- se llenarían de pizzas precocinadas o de comida preparada a domicilio o por encargo. Me imaginaba, la verdad, comida de rancho; pero nada de eso. “Pasamos mucho tiempo en la cocina, comemos allí, hacemos grupo allí, y nos une mucho todo eso”, cuentan en el programa.
Ese día habrá otro festival culinario, tal y como se ha fraguado durante el desayuno. “¿Hacemos un gazpacho extremeño?”, pregunta uno. “Venga, y una carrillera guisadita, con un vinito de aquí de la ribera extremeña”, responde otro. “¡Y natillas caseras!, con leche de oveja a ser posible, apunta un tercero. Entonces Domingo sale a comprar a la carnicería de Antonio, en el pueblo, una buena carne ibérica. El tomate del Guadiana, en Frutas Valero, “el maduro del terreno, el maduro rendido”, le pide. Al volver se juntan en la cocina, Emilio pela tomates y el pan del día anterior espera su momento: mientras todo eso se une y emulsiona, la vida en el parque es un momento de fiesta.
Lavandeira ha querido contar también que esta historia de bomberos que cocinan se remonta a la existencia propia de los parques de bomberos, “al hecho de que convivan". "En cuanto un parque se configura como tal, a partir de ahí nace esa necesidad de comer y actúan como cocineros. El padre de Pepe Carretero, uno de los compañeros, era bombero en los años cincuenta y ya había esa tradición de comidas caseras”. Lo curioso ahora es que esa liturgia de vivir, convivir, cocinar y comer siga formado parte de sus peculiaridades y se mantenga intacta. Hay algo más, gracias al tiempo libre del que disponen -24 horas de guardia intensas combinadas con tres o cuatro días libres- muchos de ellos tienen aficiones varias como la caza, la huerta, o el bricolaje. “En el parque de León, por ejemplo, cocinaron jabalí porque uno era cazador. Las fresas eran de un colega, etcétera.”, dice el director.
La elección de los lugares no fue casual. “Quisimos escoger las mejores gastronomías dentro del territorio, aquellas que tuvieran más que ofrecer. Los lugares donde fuera más potente: no fue fácil, tuvimos que descartar otros sitios por la logística. Había que entrar en sus cocinas, pasar dos días con ellos, -las entrevistas en solitario tenían que grabarse cuando no estuvieran de guardia-, y eso es muy complicado. No todos accedieron”, dice el responsable del programa.
El poder de la invención
El resultado es una bonita historia, sosegada y muy fácil de ver que te deja clarísima la importancia de la comida, la conversación, el espíritu solidario y de ayuda que mantienen. Se buscan mucho la vida, idean lo insólito cuando no lo tienen, sacan adelante las cosas más complicadas en su trabajo, inventan e improvisan. “Eso nos impresionó mucho; a la hora de hacer tele es muy interesante ver que siempre tienen la cabeza puesta en una solución, con lo que la grabación fue facilísima”, apunta Lavandeira.
Grabaron dos días en cada parque: “Es un programa muy realista, muy documental, y queríamos que en la medida de lo posible sintieran que no estaban las cámaras. Durante la guardia tuvieron alguna emergencia, y fue muy importante para el programa seguirles en esa parte de la acción”, verlos cambiar de chip de inmediato, ponerse firmes, tensos, dejar el colegueo que mantenían segundos antes mientras picaban cebolla y salir a la calle a la velocidad de la luz. “Sus caras se transformaban, uno tiene la sensación de que no es la misma gente”, se sorprende aún el director. Salen, salvan la vida de alguien o apagan un fuego y luego regresan al cuartel y ponen en marcha el fuego de nuevo y dan vueltas a la olla, entre risotadas.
Me pareció balsámico verles así, en esas dos dimensiones vitales; me sentí bastante a salvo. Bomberos simpáticos, capaces de disfrutar con una buena comida preparada por ellos mismos: paparajotes en Murcia, pisto manchego en Albacete, tortillitas de gambas en Huelva, mejillones del Delta del Ebre en Tortosa, patatas con jabalí en León o xurelos escabechados en Ferrol, que remataron con un dulce secreto, un postre llamado “lágrimas de bombero”. Son tipos que minutos después de todo eso pueden meterse hasta el fondo de las llamas y arriesgarse a perder la vida. Así que bravo, ¿no?
Bomberos cocineros se estrena el 1 de noviembre en Canal Cocina con tres pases: a las 17:00, a las 20:30 y a las 23:30.
Bomberos cocineros: el amor por los fogones de los que apagan fuegos - El Comidista
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