Aunque la película El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante, de Peter Greenaway, puede entenderse simplemente en términos de la lujuria y las indescriptibles humillaciones a que los personajes del título se someten entre sí, también da lugar a múltiples metáforas. La cinta fue fuertemente criticada por sus explícitas escenas de sexo, violencia y antropofagia, pero sus connotaciones políticas merecen mayor atención.
En el Reino Unido fue considerada una alegoría del gobierno de Margaret Thatcher; El bravucón Ladrón fue ligado a la arrogancia de Thatcher; el Amante intelectual a una oposición izquierdista ineficaz; y el Cocinero sumiso y la Esposa del Ladrón a los funcionarios públicos y Britania, respectivamente.
Robert Ebert sugiere que la monstruosidad de esta obra es el resultado de haber sido hecha con una rabia feroz. Y la rabia no es modulable: “Si piensan que sólo se trata de gula, lujuria, barbarie y malos modales de mesa, piénsenlo de nuevo. Es una película que utiliza las fortalezas y debilidades más básicas del cuerpo humano como una manera de dar forma física a la corrupción del alma humana”.
Esta profunda observación, muy pertinente en casos de corrupción extrema, nos lleva a considerar la situación actual en Bolivia. Yendo más allá de una división (ahora espuria) entre izquierda y derecha, sería pertinente centrarse en lo correcto y lo incorrecto, asumiendo una fórmula simple y de sentido común donde la democracia es correcta y la autocracia es incorrecta. El elenco y los escenarios iniciales podrían estar asignados genéricamente de la siguiente manera: El Restaurante es el Estado de Bolivia. El Cocinero y su personal son la población. El Ladrón y sus compinches son un político corrupto y sus compinches. La Esposa es la justicia. El Amante es la democracia. El Niño soprano es la inocencia.
Una tensa cadencia de cuerdas acompaña la primera imagen de perros callejeros disputándose trozos de carne, en el estacionamiento de la parte trasera del restaurante. Luego un telón rojo se abre para permitirle a la cámara deslizarse hacia el área de parqueo, desde el interior verde de la cocina. La composición y la codificación de colores son muy importantes para Greenaway, quien explicó su paso de la pintura al cine debido a la ausencia de una banda sonora en la pintura. Las características puestas en escena del director se hacen evidentes desde que la apertura de telón da formalmente inicio al drama, sugiriendo la célebre frase del Bardo “el mundo es un escenario”.
Las películas de Greenaway, a menudo creadas y enmarcadas como pinturas, suelen también estar pobladas por ellas, como las imágenes barrocas flamencas que decoran tanto las paredes del restaurante como a los personajes. Música sublime ornamenta la cinta: Pup, un Niño soprano, canta “lávame de toda inequidad, límpiame de mis pecados” en la cocina, donde el chef y su personal lo cuidan, alimentan y bañan.
Cuando vemos por primera vez al Ladrón y su Esposa entrando al restaurante, él viste un traje oscuro con una banda de seda verde que cruza su pecho, sugiriendo algún tipo de estatus formal, como alcalde, gobernador o presidente. Ella lleva un vestido azul oscuro, que sugiere integridad y conocimiento, y hace hincapié en enfatizar que es azul oscuro, cuando él dice que es negro. Mientras los colores dominantes de él son el negro, el rojo y el verde; los de ella son azul, rojo y blanco, pero también viste verde y negro, según el entorno y sus emociones. El rojo en ella sugiere pasión, en él ira. El verde en ella aparece como naturaleza, renovación, fertilidad y generosidad, y en él como celos, envidia, inexperiencia y vigor.
Albert Spica (interpretado por Michael Gambon) ocupa un lugar central en la película como el escandaloso Ladrón, un criminal que, habiendo forzado un “acuerdo” de asociación en el restaurante con el chef, impone su comportamiento alborotador y desconsiderado no sólo al Cocinero Richard Boarst (interpretado por Richard Bohringer) y a su propia Esposa Georgina (interpretada por Helen Mirren), pero también al resto del personal y los clientes. En una terrible escena el Ladrón obliga al Niño soprano a ver cómo él viola a su Esposa en el parqueo.
En su primera interacción con el Cocinero se lo ve al Ladrón enseñándole un conjunto de gigantes letras iluminadas que deletrean: “Spica & Boarst”, que él espera reemplazará el nombre original del establecimiento especializado en cocina gourmet francesa. La instalación de los letreros luminosos provoca una pérdida de electricidad para todo el restaurante. El Ladrón también trae dos camiones llenos de carne de aspecto dudoso (que el Cocinero rechaza, afirmando que prefiere elegir cuidadosamente su propia carne) y algunos cubiertos llamativos pero inútiles que se doblan y rompen fácilmente.
Presidiendo cada noche un obsceno banquete en un escenario neobarroco, Spica humilla a sus anfitriones, a su Esposa, a sus subordinados y al resto de los comensales, destruyendo así la reputación del restaurante. Michael, el Amante (interpretado por Alan Howard), que lee un libro en otra mesa del restaurante, ignora las toscas demostraciones del Ladrón, hasta que sus ojos y los de Georgina se encuentran. Su aventura sexual tiene lugar cada noche en una habitación diferente, desde el baño de mujeres hasta la cocina, la sala de carnes y el congelador del restaurante. Greenaway utiliza un esquema de color diferente en cada escenario: rojo para el comedor, verde para la cocina y blanco para los baños. Pero el color de la vestimenta de los personajes cambia a medida que caminan de uno de estos ambientes a otro.
Mientras los Amantes disfrutan de sus breves pero apasionados abrazos, el Cocinero, constantemente amenazado, hace todo lo posible para complacer al Ladrón y facilitar los encuentros de la furtiva pareja. Cuando el Ladrón descubre que su Esposa le es infiel con el educado comensal, comienza a buscarlos por todo el restaurante gritando “voy a matarte y comerte”.
El Cocinero logra ayudar a los Amantes a escapar en la carrocería de un camión lleno de carne podrida. Les envía comida a su escondite en un depósito de libros con el Niño soprano, pero el Ladrón y su banda interceptan al Niño que lleva una canasta con los platos de la cena. Ellos lo torturan para obtener información, pero el pequeño desmaya sin hablar. El sello en los libros que el Niño había tomado prestados delata la ubicación del refugio. El Ladrón y sus hombres asfixian al Amante, embutiendo un libro sobre la Revolución Francesa, página por página, en su garganta.
Este es el preludio de la conclusión lógica de la película, donde predomina el negro, en referencia a duelo, nacimiento y muerte. En alusión al caviar negro, el Cocinero dice: “implica muerte, nacimiento, fin y principio”. Los capítulos en esta película se presentan como menús diarios, y el menú del último día titula “viernes: el restaurante está cerrado por una función privada”. No lo voy a describir para evitar herir sensibilidades de las y los lectores, y evitar acabar de estropearles la experiencia de una extraña y paradójica sensación de sorpresa, horror y placer.
Gonzalo Araoz Antropólogo, artista plástico y escritor
El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante - Diario Pagina Siete
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